Estoy de lunes y aún replanteándome objetivos y metas para la nueva semana cuando agarro el periódico y leo un titular que me deja atónito: «Estados Unidos levantará el veto que tenía impuesto desde hace veintidós años para que puedan ingresar a su territorio personas enfermas de VIH (SIDA)». Me froto los ojos y miro de nuevo por si es que aún estoy en la siesta del domingo y no, la noticia es esa. Uno que ya no se sorprende de nada y al que le ha tocado presenciar y, a veces, padecer anécdotas en los aeropuertos de medio mundo, no puede imaginar cómo se han debido sentir discriminadas y humilladas aquellas personas portadoras de esta cada vez más conocida como enfermedad crónica al ser retenidas, deportadas in situ y tratadas, cuando menos, como apestadas.
Me preparo un café mientras doy vueltas a la cabeza, incrédulo aún, ante el desconocimiento de este hecho que se muestra incomprensible para mí. Tanto devaneo sobre el tema trae a mi mente el recuerdo de aquella primera vez que solicité permiso de residencia en Bolivia, país de belleza extraordinaria al que profeso un gran cariño sobre todo por la humildad y el calor con el que sus gentes acogen al forastero, al menos en la zona del oriente que es en la que he vivido.
En Bolivia no se discrimina la entrada al país por enfermedad, pero me sorprendí ingratamente cuando para el trámite de residencia se me exigía realizar una prueba de VIH, algo nunca justificable desde mi punto de vista, pero asumible en el contexto de un país que aún se está formando e intentando alcanzar su madurez. Digo asumible ya que quizá hubiera sido entendible bajo el argumento del costo económico que para las arcas públicas de un país pobre y en vías de desarrollo supone el tratamiento de una persona con SIDA, esto claro está, si es que en Bolivia hubiera existido la sanidad gratuita. Nunca supe si a las personas que daban positivo en la prueba se les negaba la residencia, aunque es de suponer ya que de otra forma no hubiera tenido sentido la exigencia de ese test. En la actualidad la sanidad pública boliviana da cobertura a niños y personas mayores sin recursos, aunque en la realidad no siempre se cumple; tampoco cubre los medicamentos.
Triste panorama, pienso mientras apuro mi último sorbo de café, pero supone un gran avance, esfuerzo y es mucho más que lo que hace su gigante vecino del norte.
No deja de ser paradójico que en Estados Unidos, país que figura entre los más ricos del mundo, a la vanguardia en las investigaciones del VIH, con el mayor número de laboratorios farmacéuticos dedicados a la producción de medicamentos retrovirales y, como no, también a la cabeza en ganancias obtenidas por la venta de estos, hayan tenido vigente una ley discriminatoria y atentatoria contra la dignidad e intimidad de las personas por tantos años.
Lamentablemente ya sabemos que para algunos «business is business».
Rafael Ramírez.
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Rafael, en la edad media era la lepra, ahora es el Sida.
Es lamentable que además de padecer esta terrible enfermedad muchas personas, tengan que soportar el rechazo institucional.
Un abrazo
L;)
Así es amiga. Lo triste es cuando estas discriminaciones vienen, no de personas sin el conocimiento adecuado, sino de Estados.
Un abrazo.